Entonces el Arte se volvió mercancía. Un paso absurdo considerando las vicisitudes múltiples a lo largo de la historia para ganar un poco de respeto y no ser considerado solo entretenimiento. Pobrecito el arte que se iba a imaginar que nosotros, tristes mortales, no íbamos a ser capaces de hilvanar una historia medianamente consensuada, medianamente coherente si lo que vamos a durar en esta tierra son dos días y de esos dos uno la pasamos perdiendo el tiempo.
El arte ha decidido, y no por voluntad propia, venderse a: las bienales, a los locos alcaldes de turno, al silencio cómplice y la maraña. Sí, lo decidió descaradamente un buen día en que se dio cuenta que los mercaderes del arte le habían quitado toda su fuerza, los bríos renacentistas y la mierda que nos echamos antes de salir a escena.
Sin embargo, el arte una mañana de esas lindas sobre las canta Café Tacuba, decidió que se iba a reír de todos los que se rasgaban las vestiduras por las migajas de un ministerio o instituto paquidérmico. En medio de la risa, miraba de lejos a la mediocridad que hacía sus pininos en escena y también la tristeza con la que iba caminando la cultura por calles gentrificadas y en medio de personajes cosificados por el dinero y la corrupción.
El arte no sabía de esas cosas como “asegurar el futuro” porque ni siquiera se había enterado que los artistas, que se querían llamar a sí mismos artistas, ya tenían en juego conceptos tan ambiguos como “lo que vendrá”. El arte no sabía de verdades absolutas hasta que en las aulas empezaron a pavonearse los egos en su nombre. Se empezó a preguntar por la justicia, la cordura y la coherencia, un triste momento histórico que no tiene nada que ver con razas, condiciones sociales pero sí con amiguísmos y otros conceptos nefastos que desconocía por completo.
En los días de lluvia, y mientras caminan los pregones de la ciudad fantasma, le encanta despintar las paredes llenas de máscaras, las intenciones utilitarístas y los negocios hechos a su nombre. También he visto que al Arte le encanta decir a viva voz que el tiempo lo hizo a punta de investigación, cuerpo y memoria, no se reconoce en presupuestos u otros términos tecno-democráticos contemporáneos, ni en la locura de borregos con cencerros tratando todos de salir del corral de primero y al mismo tiempo.
El arte se reconoció libre por fin en el pregón de los bollos de mazorca, en las orillas del Dique en Gambote mientras las nińas bailan cumbia, en la mirada de los pelaos de la Boquilla que tocan tambores, en los escritos de Pedro Blas y el grito de un Getsemanicense hastiado por la turistificación. El arte en completa libertad y haciendo uso de su legítimo derecho a la conciencia y creación de imaginarios colectivos se apartó del entretenimiento y sin necesidad de hacer show o necesitar escenarios les dijo bajito y con elegancia: mercaderes del arte, y luego, quedó en completo silencio.
Una buena receta para estar en silencio son los "Pícaros" y que bien caen con este post!
Los pícaros son dulces hechos a base de yuca y mucha azúcar, se inflan cuando se frítan y creen estar en su mejor momento, nada mas cercano a la realidad.
Me encanto el escrito que bien puede ser un manifiesto, es reconocer el genio del Arte y separarlo de las intenciones mercantilista que lo contaminan. El Arte es y debe ser así, puro y natural. Gracias Diana por tan bella descripción.
ReplyDeleteDiana, este texto es muy acertado, puedo leer entre líneas, me encantó
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